7. LA SANACIÓN DE LA SOBERBIA.
Para la sanación de la soberbia es necesario que el soberbio contemple a Jesucristo, humillado hasta la muerte de cruz por nuestros pecados y para salvarnos, que acepte la gracia de Dios, ponga de su parte, se dé cuenta de su estupidez, y emprenda el camino largo y simple de la humildad.
Necesita ser muy realista y colocarse a sí mismo y a los demás en su puesto, lo mismo que las cosas.
Evitar compararse con los demás, y saber presentarse ante Dios con sus valores y pecados.
Descubrir con el poder del Espíritu Santo el poder grandioso y sanativo de la humildad y saber pasar por humillaciones.
Saber pedir perdón a Dios y a las personas reconociendo con valentía sus equivocaciones y faltas.
Al soberbio se le hace muy difícil aceptar que Jesús sufrió terriblemente por él, por sus pecados.
Y si es sicólogo, psiquiatra, su soberbia será tal, que dirá que no tenemos porqué crear complejo de pecado en la gente, hablando del sufrimiento redentor.
Necesitamos confiar en los demás, abrámonos a su crítica sana, para que nos ayuden a descubrir las mascaradas de nuestra soberbia.
Vivamos como ofrenda de amor, refiriendo todo a Dios, pues todo depende de Él, como nos dice Pablo (1 Co 4, 7):todo es don recibido y hay que vivir en gratitud al Señor.
Hacerlo todo por la gloria del Señor desde los alimentos (1 Co 10, 31).
Hacer todo en el nombre de Jesús, manso y humilde (Mt 11, 29; Col 3, 17).
Buscar vivirla renuncia para adherirnos al Señor, de manera que nuestra vida sea una continuación y un completar su vida (San Juan Eudes).
Cuando nos dice Jesús que aprendamos de Él (Mt 11, 29) pidámosle que se forme en nuestro corazón con sus actitudes y sentimientos, y sobe todo con su profundísima humildad.
Si tenemos un puesto de servicio como padres, maestros, pastores, estemos muy atentos: para servirle al Señor en el hogar y en la comunidad hay que ser humilde. El Señor concede el pastoreo de su pueblo a los humildes, a los que saben amar; por eso pide a Pedro una triple profesión de amor (Jn 21, 15ss). También dice Pablo: “Que no sea neófito, no sea que, llevado por la soberbia, caiga en la misma condenación del diablo” (1 Tm 3, 6).
Para sanar es necesario vivir en la actitud que nos pide la Palabra: “Aborrezco soberbia y arrogancia, mal camino y lengua falsa” (Pr 8, 13).
Finalmente, la paz entrará en nuestros corazones y en el hogar cuando echemos fuera la soberbia.
Ahora demos vuelta a la medalla y contemplemos lo que es la humildad que nos sana de toda soberbia y de sus malas consecuencias. Tal vez es la primera vez en la vida que usted va acontemplar de la mano de San Juan Eudes lo que es la humildad. Tómelo con calma, con amor, abandonándose al Dios de la misericordia y de la ternura.
8. LA DIGNIDAD, LA NECESIDAD Y LA IMPORTANCIA DE LA HUMILDAD CRISTIANA.
Si tienes un verdadero y perfecto deseo de vivir cristiana y santamente, uno de los más grandes y principales cuidados que debes tener, es el de establecerte conscientemente en la humildad cristiana; porque no hay virtud más necesaria e importante. Es la que nuestro Señor nos recomienda con más cuidado e instancia en estas divinas y amables palabras, que debemos repasar a menudo con amor y respeto, espiritual y vocalmente: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11, 29). San Pablo llama a esta virtud, la virtud por excelencia de Jesucristo.Y es la virtud propia y especial de los cristianos, sin la cual es imposible ser verdaderamente cristiano. Ella es el fundamento de la vida y santidad cristiana. Es la guardiana de todas las demás gracias y virtudes. Ella nos atrae a nuestras almas bendiciones de toda clase: porque es en las almas humildes donde el grandísimo y humildísimo Jesús encuentra su descanso y sus delicias, según su palabra: “En ese pondré mis ojos,para establecer mi morada y mi descanso, en el que es humilde y se estremece ante mis palabras” (Is 66, 2).
Esta virtud, unida al amor sagrado, es la que hace santos y grandes santos. Porque la verdadera medida de la santidad es la humildad. Dame un alma que sea verdaderamente humilde, y te diré que es verdaderamente santa, y si es grandemente humilde, es grandemente santa; y si es muy humilde, es muy santa, adornada de virtudes de toda clase, Dios es muy glorificado en ella; Jesús reside en esta alma, que es su tesoro y el paraíso de sus delicias; y será grandísima y altísimamente elevada en el reino de Dios, según la palabra de la Verdad eterna: “El que se humilla, será ensalzado”(Mt 23, 12). Al contrario, un alma sin humildad, es un alma sin virtud, es un infierno, es la morada de los demonios, es un abismo de todos los vicios.
En fin en cierta manera se puede decir que la humildad es la madre de Jesús, porque gracias a ella la santísima Virgen se hizo digna de llevarlo en sí. También por esta virtud nos haremos dignos de formarlo en nuestras almas y de hacerlo vivir y reinar en nuestros corazones. Por eso debemos amar, desear y buscar extremadamente esta virtud. Por eso quiero detenerme más en este tema.