Viernes, 2 de junio de 2023

Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico 44,1.9-13:

 

Hagamos el elogio de los hombres de bien, de la serie de nuestros antepasados. Hay quienes no dejaron recuerdo, y acabaron al acabar su vida: fueron como si no hubieran sido, y lo mismo sus hijos tras ellos.
No así los hombres de bien, su esperanza no se acabó; sus bienes perduran en su descendencia, su heredad pasa de hijos a nietos. Sus hijos siguen fieles a la alianza, y también sus nietos, gracias a ellos. Su recuerdo dura por siempre, su caridad no se olvidará.

 

Salmo de hoy

Sal 149,1-2.3-4.5-6a.9b R/. El Señor ama a su pueblo

 

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey. R.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes. R.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca;
es un honor para todos sus fieles. R.

 

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 11, 11-25

 

Después que la muchedumbre lo hubo aclamado, entró Jesús en Jerusalén, derecho hasta el templo, lo estuvo observando todo y, como era ya tarde, se marchó a Betania con los Doce.
Al día siguiente, cuando salió de Betania, sintió hambre. Vio de lejos una higuera con hojas y se acercó para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos. Entonces le dijo:
«Nunca jamás coma nadie de ti.»
Los discípulos lo oyeron.
Llegaron a Jerusalén, entró en el templo y se puso a echar a los que traficaban allí, volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no consentía a nadie transportar objetos por el templo.
Y los instruía, diciendo:
«¿No está escrito: “Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos” Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos».
Se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas y, como le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de su doctrina, buscaban una manera de acabar con él.
Cuando atardeció, salieron de la ciudad.
A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús:
«Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado».
Jesús contestó:
«Tened fe en Dios. Os aseguro que si uno dice a este monte: “Quítate de ahí y tirate al mar”, no con dudas, sino con fe en que sucederá lo que dice, lo obtendrá.
Por eso os digo: Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis.
Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas».

Palabra del Señor

 

Reflexión del Evangelio de hoy

Eclo. 44, 1. 9-13. No se hablará de los héroes de Israel, pues eso no tiene ningún significado dentro de la historia de salvación.

Cuando se contemplan los antepasados se contempla a aquellos que nos precedieron en la fe, y que vivieron con una vida intachable, convertidos así en un ejemplo que imitar por sus descendientes. Por eso sus acciones justas no han quedado en el olvido, y quienes hemos hecho nuestra la misma fe de ellos la manifestamos a través de una vida llena de amor, traducido en buenas obras.

El Señor Jesús se ha convertido para nosotros en aquel que permanece, en un continuo presente, como el Dios con nosotros. Su vida, su ejemplo, sus obras, sus actitudes y sus palabras deben prolongarse permanentemente en quienes nos consideramos linaje suyo, Iglesia suya. Por eso hemos de pedirle la fuerza de su Espíritu Santo para que podamos ser, para el mundo y su historia, un signo del Dios con nosotros, de su amor, de su entrega, de su fidelidad, de su perdón, de su misericordia, de su alegría y de su paz, empeñados, como Él, en buscar y salvar todo lo que se había perdido.

 

Sal. 149. Nuestro Dios y Padre ha tenido compasión de nosotros. Él jamás ha dejado de amarnos. Su amor hacia nosotros se ha manifestado en esto: en que aún siendo nosotros pecadores, nos envió a su propio Hijo, el cual murió para el perdón de nuestros pecados, y resucitó para darnos nueva vida; y ha enviado a nuestros corazones su Espíritu Santo, para que vivamos como hijos de Dios.

Y el Señor nos ha confiado ese mensaje de salvación, a nosotros, que somos sus hijos. Por eso no vamos a enfrentar a nuestros hermanos, no vamos a destruir o a marginar a los pecadores, no vamos a vivir separados de aquellos que han tomado por un camino de maldad. Si en verdad somos conscientes de nuestro ser de hijos de Dios, y de la misión salvadora que el Señor nos ha confiado, salgamos al encuentro de los pecadores para convertirnos para ellos en un signo del amor misericordioso de Dios, que los llama a la conversión para que también llegue a ellos su Reino; salgamos al encuentro de toda persona que sufre, oprimida por cualquier mal, y convirtámonos para ella en un signo del Señor que se inclina hacia ella para remediar sus males.

Sólo así estaremos provocando que realmente en el mundo entero se entone un cántico nuevo al Señor y no se maldiga su Santo Nombre entre las naciones.

 

Mc. 11, 11-26. No se puede ocupar el terreno inútilmente. No basta con ofrecer sacrificios y ofrendas a Dios. El Señor no quiere que nos sintamos seguros en su presencia, pensando que la salvación ya es nuestra porque nos hemos arrodillado unos momentos ante Él. No basta ni siquiera el que ofrezcamos al Padre el Memorial de la Pascua de Jesucristo. Más allá de una fe expresada en nuestra unión y confianza en Dios se esperan frutos que manifiesten, en nuestra vida ordinaria, que en verdad permanecemos en Dios y Él en nosotros, de tal forma que continuamente demos testimonio de nuestro ser de hijos de Dios.

El Señor ha esperado, tal vez, muchos años, encontrar frutos de amor fraterno, de justicia, de solidaridad, de misericordia en nosotros. Él ha hecho hasta lo imposible para que esto sea realidad en nosotros; pero tal vez nosotros hemos permanecido lejos de Él, honrándolo sólo con los labios. Por eso permitámosle al Señor que nos purifique de todo pecado, de todo signo de maldad y de muerte, y que nos ayude para que podamos dar frutos abundantes de salvación, no sólo buscando nuestros intereses personales, sino el bien de aquellos que nos rodean.

Aprendamos a trabajar buscando la salvación de todos, pues el Señor es el Lugar de Encuentro de toda la humanidad con Dios; nadie tiene derecho a apropiárselo como si fuese exclusivo de alguien; todos deben tener abierto el camino que los conduzca a Él, pues Él ha venido como Salvador de toda la humanidad, de todos los tiempos y lugares.

El Señor nos reúne en este día en torno a Él para que celebremos y participemos en su Misterio Pascual. Tal vez durante mucho tiempo hemos acudido a esta celebración litúrgica; y tal vez el amor de Dios se ha derramado en nosotros de un modo inútil cuando sólo nos hemos contentado con alabar a Dios con los labios, mientras nuestro corazón permanece lejos de Él.

Por eso en este día el Señor nos hace un fuerte llamado a una sincera conversión para que le permitamos que inicie en nosotros una auténtica purificación de nuestra vida.

No basta con darle culto al Señor; hay que convertirse en un templo digno en el que habite el Espíritu Santo; pero esto no ha de ser sólo para que sintamos que nuestra conciencia nada nos reprocha, sino para que, desde nosotros, los que creemos en Cristo, se vaya iniciando el caminar de la humanidad hacia un nuevo rumbo: una vida más fraterna, más justa, más solidaria, más en paz; y todo esto porque en verdad nos dejemos guiar por el Espíritu Santo.

Que al participar de esta Eucaristía en verdad dejemos que la vida de Dios llegue a nosotros con toda su fuerza salvadora para que podamos comunicar a los demás lo mismo que nosotros hemos recibido de Dios.

Como consecuencia de nuestra participación en la Eucaristía, y de haber escuchado al Señor, vayamos a nuestras labores diarias como personas justificadas por Él, de tal forma que colaboremos en la construcción del Reino de Dios entre nosotros.

No ocultemos nuestra fe debajo de nuestras cobardías; no nos quedemos sólo en una fe aparente, sin fruto que nos haga alimentar el hambre de fe, de esperanza, de justicia, de alegría, de paz y de amor que padecen muchos hermanos nuestros.

Que desde nosotros brille el amor de Dios para todos; que desde nosotros el Señor se haga cercanía para todos. Por eso le hemos de pedir que nos purifique de todo aquello que pudiera hacer de nosotros una cueva de ladrones y no un templo santo de Dios, pues, efectivamente, nosotros hemos sido enviados por el Señor no para robar y matar las ilusiones de nuestros semejantes, sino para dar, incluso si es necesario, nuestra propia vida, con tal de salvarlos.

Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber estar al servicio de la salvación de nuestro prójimo con un corazón humilde, con una vida intachable y con una fe inquebrantable de tal forma que el amor y la salvación de Dios puede llegar, incluso, a aquellos a quienes más ha deteriorado el pecado, pues Dios ha venido a buscar, a purificar y a salvar todo lo que se había perdido. Amén.