Contemplando a Jesucristo Crucificado que se hizo humilde hasta la muerte de cruz para dar gloria a su Padre y salvarnos (Fil 2, 5-11), vamos a detenernos en el más infame y deshonroso de los pecados o actitudes de una persona: la soberbia.

Nuestra Soberbia debería avergonzarnos siempre ante Cristo Crucificado

Nada hay más paladino y detestable que la soberbia.

Nada hay más visible y amable que la humildad.

No hay mayor fuente de maldición que la soberbia.

No hay mayor fuente de bendición que la humildad.

Con esto está dicho todo lo que podemos decir de la soberbia y de su remedio más poderoso de sanación, con la gracia de Dios, que es la humildad.

Una mayorcita de 94 años empezó su última confesión diciendo: “He pasado toda mi vida luchando por no ser soberbia”

Pensé en mi corazón: “Creo que todos tenemos la misma lucha”

Es muy probable que este pecado nos acompañe hasta lo más profundo  de la tumba.

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