Al infierno por error!

Luisa, había uerto durante un fulminante ataque cardiaco, en la iglesia, frente al Santísimo, donde acostumbraba ir una vez a la semana a orar.

Su familia la sepulto en el cementerio central de la ciudad, luego de una ceremonia religiosa católica.

Cuando estuvo consciente de su muerte se encontraba en el pasillo exterior de la sala de espera, del colegio de ángeles encargados de su destino, esperando la decisión de su inmediato futuro, ella se encontraba convencida de que al menos tenía asegurado un cupo en el purgatorio, eso sí por muy poco tiempo, en el caso de que no fuera directamente al cielo.

Su sorpresa fue mayúscula, al enterarse que por decisión unánime tendría que ir al infierno.

Su reacción contra el ángel que le anuncio la decisión fue violenta, aduciendo que se había cometido un grave error y que definitivamente se habían equivocado, porque su fe, su permanente oración y las grandes obras que había realizado, le aseguraban un futuro mejor.

El ángel espero a que se terminara de hablar y se calmara un poco, respondiéndole que las decisiones de la corte de ángeles eran definitivas y no había nada que hacer.

Luisa desesperada, seguía aduciendo que se había cometido un gravísimo error y que ella debería estar entre los elegidos para vivir eternamente en la presencia del Señor.

El ángel, le reafirmo que sería llevada al infierno y que lo único que podría hacer era hacer una petición de revisión, la cual tomaría al menos un siglo teniendo en cuenta la cantidad de condenados que esperaban una respuesta a su apelación.

Luisa, entonces fue conducida al infierno, e inmediatamente se vinculo a la “ACI – Asociación de condenados injustamente”, que existía en el lugar y a la cual al menos la mitad de los condenados estaban inscritos.

El calor se sentía en el ambiente y en las asambleas de la asociación, los espíritus se caldeaban aun más. Todos los participantes que intervenían exponían las razones por las cuales se consideraban inocentes e indignos de estar en aquellas calderas.

Ella, escucho con atención algunos de los asambleístas y aunque encontraba que algunos tenían algo de razón en sus argumentos, ninguno tenía una defensa tan solida como la que ella creía tener.

Escucho, gente que considera que no había hecho mal a nadie, que rezaba de vez en cuando, que asistía a misa dominical, y que en ocasiones daba limosna  a los pobres.

Luisa, pidió la palabra entonces, segura de convencer a todo el auditorio presente, de que ella era una verdadera santa y que el error más grande se había cometido cuando se tomo la errónea decisión de enviarla al infierno.

Para resumir, expreso Luisa, “Yo he sido una mujer de bien toda mi vida, no tengo vicios, ni tomo, ni fumo, y no he tenido relación más que con mi esposo, rezo todos los días el rosario, he asistido a misa incluso diaria toda mi vida y semanalmente asisto a un grupo de oración al igual que visito al santísimo”.

Cargo permanentemente un escapulario y un Cristo en mi pecho, me confieso al menos una vez al mes y doy con frecuencia limosnasa los pobres, y los diezmos a la iglesia”.

Uno de los asistentes grito en el fondo “Y porque estás aquí”?, a lo cual respondió: “eso mismo me pregunto yo”.

Algo malo debes haber hecho entonces, robabas?, sobornabas?, mataste a alguien?

Luisa, respondió nada de eso y es por ello no entiendo lo que ha sucedido, muchos estuvieron de acuerdo con ella y manifestaron su extrañeza, otros pensaban que algo debería esconder  y que las cosas no eran tan transparentes como aparentaba.

El hecho era que estaba en el infierno y que allí debería permanecer durante un tiempo en espera de la revisión de su caso.

El calor era infernal y con nada se calmaban sus dolores, sobretodo luego de conocer que en ninguno de los casos revisados en la historia del infierno, se había modificado la decisión y se mantenían las condenas eternas.

Decidió, entonces, preparar su defensa por si lo dejaban decir algo a su favor, meditó durante varios meses en los argumentos y se dio cuenta que su defensa debería apoyarse en las palabras del Evangelio, pidió una Biblia prestada, pero nadie tenía una, y allí, era un libro prohibido, así que tuvo que obtener uno clandestino y pagarlo con castigos y llagas adicionales, las cuales pesaban sobre el vendedor.

A escondidas y con mucho cuidado repasaba las palabras de Jesús y se apoyaba en ellas, sin embargo empezó a darse cuenta que su defensa tambaleaba a medida que profundizaba en los textos.

Realmente había actuado bien?, o se había convertido en un fariseo hipócrita que aparentaba muchas cosas, cumplía las normas y reglas establecidas por la Iglesia, pero muy poco “corazón” ponía en ello?

Que tanto amor al Señor tenia realmente?, o era la forma de “ganarse” el cielo como un buen negociante?, su oración no era acaso interesada y solo se preocupaba por pedir y pedir?

Sus buenas obras no eran acaso una forma de acallar su conciencia y ocultar su temor a ser condenada?

Sus extensos rosarios no se convertían en una repetición sin conciencia de lo que decía?

Sus misas no eran pobres y desatendidas, pendientes más bien de lo exterior y no se convertían muchas veces en reuniones sociales?.

Leyendo y leyendo la Biblia encontró algo que la puso a pensar y empezó a entender las razones por las cuales su estadía en aquel sitio podía tener validez: (1 de Corintios 13, 1 -3)

1 Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo (amor) caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe.

2 Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy.

3 Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha.

Ella, comprendió entonces, que muchos de sus actos eran producto del egoísmo, el amor propio, sus intereses personales y familiares pero que el fondo existía muy poco amor desinteresado y puro en su corazón.

Y por más que se devanaba el cerebro tratando de justificar el error cometido contra ella, pronto se dio cuenta que tal vez, su condena estaba justificada.

(Mateo 7, 20 – 23)

20 Así que por sus frutos los reconoceréis.

21 «No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.

22 Muchos me dirán aquel Día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?”  23 Y entonces les declararé: “¡Jamás os conocí;apartaos de mí, agentes de iniquidad!”